lunes, 21 de febrero de 2011

Relativismo Ético

    1. Qué es el Relativismo
    El Relativismo postula que no hay sino verdades provisionales o relativas, dada la imposibilidad para el hombre de alcanzar verdades definitivas o absolutas, cualquiera que sea el ámbito en que nos movamos. Por tanto, se podría definir como una forma mitigada de escepticismo: a lo más se podría hablar de las preferencias de cada uno, de opiniones, pero no de verdades que a todos se imponen por su misma evidencia.
    Una anécdota nos ayudará a plantear el tema. Narra el profesor Peter Kreeft cómo un día, en una de sus clases de ética, un alumno le dijo que la moral era algo relativo y que como profesor no tenía derecho a imponerle sus valores. "Bien –contestó Kreeft, para iniciar un debate sobre aquella cuestión-, voy a aplicar a las clases tus valores, no los míos: como dices que no hay absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi conjunto particular de ideas particulares incluye algunas particularidades muy especiales, ahora voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas". Todos quedaron sorprendidos y protestaron de inmediato diciendo que aquello no era justo. Kreeft, continuando con aquél supuesto, le argumentó: "¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo mi valor o tu valor, entonces no hay ninguna autoridad común a ti y a mí. Yo no tengo derecho a imponerte mi sentido de la justicia, pero tampoco tú a mí el tuyo. Sólo si hay un valor universal llamado justicia, que prevalezca sobre nosotros, puedes apelar a él para juzgar injusto que yo suspenda a todas las alumnas. Pero si no existieran valores absolutos y objetivos fuera de nosotros, sólo podrías decir que tus valores subjetivos son diferentes de los míos, y nada más".
    Ser relativista equivale a no tener convicciones: es la muerte de la persona. Quien carece de convicciones no se toma nada en serio. Para esta persona, las cosas carecen de valor. Sólo tienen precio, y son intercambiables: las cosas y las personas. Pero lo cierto, como muestra el suceso narrado en el aula, es que el respeto a la libertad se nutre de convicciones firmes.
    El relativismo no es, en rigor, una doctrina, ya que no es posible ser relativista hasta las últimas consecuencias. Ortega decía que el relativismo es una teoría suicida: cuando se aplica a sí misma, se mata. Así por ejemplo, en rigor, no se es relativista con respecto a la ciencia experimental y a la técnica, ni en relación con ciertas normas imprescindibles de justicia y civilidad (sobre el robo no hay discusión). Con una incongruencia en la que no todos reparan, el relativismo se restringe a la ética, donde no se reconoce verdad ni mentira, solo feelings. De ahí el nuevo imperativo categórico de no imponer la propia moral al prójimo.
    2. Raíces del Relativismo. Tolerancia e intolerancia.
    ¿Cómo se ha llegado a esta situación? El relativismo surge como un intento de evitar los horrores de los regímenes totalitarios (fascismo, nazismo, comunismo) que llevan consigo la intolerancia hacia lo diverso, hasta el exterminio físico del disidente. Aquí nos encontramos con la estrecha alianza entre tolerancia absoluta y relativismo. Llevados del deseo de tolerarlo todo para evitar la intolerancia asesina, se llega a relativizarlo todo.
    El italiano Norbeto Bobbio, autor de obras sobre Filosofía política, señala que hay dos sentidos detolerancia: uno positivo, que es firmeza de principios y se opone a la indebida exclusión de lo diferente; y otro negativo, como indulgencia culpable, condescendencia con el error, que se opone a la justa exclusión de lo que puede hacer daño a las personas o a la sociedad. Y advierte que "nuestras sociedades democráticas y permisivas sufren de exceso de tolerancia en sentido negativo, de tolerancia en el sentido de dejar correr (...), de no escandalizarse ni indignarse nunca por nada". Como ejemplo menciona que en una ocasión le pidieron su apoyo para una petición a favor del ‘derecho a la pornografía’.
    Lo que lleva a la intolerancia no es en sí misma la creencia de que hay verdades, sino el no sostener una: que es inmoral violentar las conciencias. Cuando este principio es respetado, entonces se tiene un criterio coherente para limitar la tolerancia.
    El relativismo, además de no justificar bien la necesidad de limitar la tolerancia, no vacuna contra la intolerancia. El razonamiento que ha llevado a fomentar el relativismo, tras la II Guerra mundial, adolece de un error de diagnóstico: las ideologías totalitarias imponen la razón de Estado –o de raza, o de clase- porque previamente relativizan profundamente la ética.
    3. Los riesgos del Relativismo
    El riesgo de un clima relativista consiste en que fomenta la idea de que vale opinar cualquier cosa, sin la necesidad de responder ante instancias objetivas. Al instalar las creencias en el reino de la pura subjetividad, el relativismo tiende a convertir las opiniones en obstinaciones. Entonces, el entendimiento mutuo se torna más difícil, y el fanatismo puede volver inesperadamente por sus fueros perdidos. Alemania, que tras el nazismo instauró un sistema educativo pensado para impedir que pudiera repetirse la intolerancia, se pregunta ahora de dónde han salido esos jóvenes que atacan a los inmigrantes. El fenómeno es complejo y no admite una explicación única. Pero cabe preguntarse si, en medio de un relativismo ambiental, es posible inculcar eficazmente las convicciones que sustentan la reverencia por la dignidad de la persona.
    Decimos que, paradójicamente, en el relativismo las opiniones derivan hacia obstinaciones. ¿Por qué se obstinan tantos en obtener celulas totipotentes a partir de tejidos del embrión humano cuando se pueden obtener de otros tejidos de adultos? Al final se cae en la cuenta de que inconfesables intereses económicos y de influencia se esconden tras estas obstinaciones intolerantes.
    4. Consecuencias del Relativismo: el permisivismo
    Hemos descrito el Relativismo como el remedio que algunas corrientes de pensamiento propugnaron para evitar en adelante los horrores del totalitarismo: para evitar tales locuras lo mejor es declarar que carece de sentido afirmar una verdad objetiva, no provisional. Así, quedaría sin fundamento cualquier intento de imponerla por la fuerza. Por eso, entre otras cosas, hoy tantas veces se defiende la tolerancia y la libertad con el relativismo, y la convicción de estar en la verdad cae bajo sospecha.
    El resultado de esta alergia a la verdad de las cosas y personas es el permisivismo, que más o menos se sostiene en la práctica, mientras no se le pidan las razones profundas de su justificación. Recientemente, en Alemania se han prohibido actos públicos de grupos neonazis, lo que supone limitar el derecho de manifestación. En Francia, donde sin duda hay libertad de expresión, el gobierno ha clausurado dos periódicos de musulmanes ligados al FIS argelino, por su "tono violentamente anti-occidental y anti-francés", según la explicación oficial.
    Pero ahora hay que preguntarse si podemos justificar semejantes medidas a la vez que utilizamos un discurso éticamente débil (relativista) para fundamentar el permisivismo. Pues también aquellos a los que no se puede tolerar tienen su verdad, su criterio para definir lo bueno y lo malo. Sin referencia a una verdad universal, resulta difícil explicar por qué ponemos ciertos límites a la tolerancia.
    Para el permisivismo es sospechosa de dogmatismo la afirmación de que "sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social". Les parece una imposición de la moral católica.
    La Iglesia al enseñar que existen normas éticas universales e inmutables, válidas por tanto también para los no creyentes, demuestra su confianza en el poder de la razón humana para conocer con certeza las exigencias necesarias de la dignidad humana (exigencias que en muchos casos son confirmadas por la Revelación), y afirma que los valores personales no admiten un tratamiento instrumental o violento. Bajo este doble aspecto, hace un servicio de incalculable valor a los hombres y a la sociedad.
    No cualquier idea del hombre puede fundamentar los derechos de la libertad, los derechos humanos en general, como ha demostrado, por ejemplo, la teoría y la práctica marxista.
    5. La existencia de la verdad
    Hemos hablado en el epígrafe anterior de normas o verdades universales e inmutables, exigibles, por tanto, a todo ser humano que se precie de tal. No válidas sólo para una porción de hombres -los creyentes- sino para todo ser que posea la vida humana desde su concepción hasta la muerte. Son normas que garantizan el respeto a la dignidad humana. Su formulación más conocida es el Decálogo cristiano, aunque ya antes eran conocidas por la Humanidad.
    Las almas de los egipcios muertos se justificaban ante Osiris con esta confesión: "Traigo en mi corazón la verdad y la justicia, pues he arrancado de él todo mal. No he hecho sufrir a los hombres. No he tratado con los malos. No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con abuso. No he maltratado a mis servidores. No he blasfemado de los dioses. No he privado al necesitado de los necesario para la subsistencia. No he hecho llorar. No he matado ni mandado matar. No he tratado de aumentar mis propiedades por medios ilícitos, ni de apropiarme de los campos de otro. No he manipulado las pesas de la balanza. No he mentido. No he difamado. No he escuchado tras las puertas. No he cometido jamás adulterio. He sido siempre casto en la soledad. No he cometido con otros hombres pecados contra la naturaleza. No he faltado jamás al respeto debido a los dioses" .Podrían presentarse textos análogos de otras culturas, que muestran cómo estas verdades son universales, comunes de una manera u otra a todas las culturas que se han sucedido en la historia de la humanidad. Son verdades universales e inmutables.
    Pero ¿qué es la verdad? Estamos de nuevo ante la pregunta de Pilatos a Jesucristo, que zanja la cuestión sin resolverla.
    Las complicaciones sobre el término verdad son típicamente filosóficas. De forma pre-filosófica no existen grandes dificultades para utilizar el término verdad. Hasta el más escéptico utilizará el término y el concepto de verdad cuando, por ejemplo, se le acuse de haber hecho algo que "no he hecho, en modo alguno, ésa es la verdad".
    La antigua definición de verdad (adecuación del entendimiento con la realidad) mantiene su validez cada vez que alguien sufre las desventajas de la negación –en carne propia- de la verdad. Si nos mantenemos en este plano de lo vivencial nadie puede negar este concepto de verdad. Cuando el objeto del conocimiento es algo externo a la persona (una cosa, un comportamiento interpersonal), no hay grandes inconvenientes para admitir que verdad es la adecuación entre conocimiento intelectual y realidad.
    En la mayoría de los ámbitos (el de las ciencias experimentales, sociales, humanas) las verdades pueden decirse provisionales en sentido propio. Absolutizarlas significa renunciar a un conocimiento más profundo. Sólo en el ámbito de la ética –común a todo ser humano- podemos encontrar verdades absolutas: los derechos humanos, verdades que garantizan el respeto al ser humano, fundamentos de la inviolabilidad de la persona, sea de la condición que sea. Constituyen una ley no escrita, asentada en la razón de cada hombre, por el mero hecho de ser hombre. Son la verdad del ser humano.
    Una verdad completa, absoluta, sólo puede ser creación de un sujeto absoluto, de la plenitud del ser, de Dios. La aceptación por el hombre de verdades absolutas es una fe; es decir, una adhesión a algo que el hombre no ha creado: el hombre no ha creado al ser humano, por tanto, no tiene poder sobre la vida o la muerte. Debe respetar la vida... y respetar la muerte. No debe manipular al ser humano mediante la clonación, aunque pueda hacerlo, porque su ciencia se lo permite. Sería manipular la verdad (absoluta) del ser humano.
    El relativismo desabsolutiza la verdad profunda del hombre (ya no es un ser en sí, sino un ser para mí, dice) y se apresta a manipular al hombre: es el relativismo bioético que juega con los embriones humanos, introduciéndolos en el ámbito del economicismo y el afán de poder.
    6. Qué es la Ética
    Una vez expuesto qué es el relativismo, debemos plantearnos qué es la ética para llegar a la noción de relativismo ético. Se podría definir la ética diciendo que es el arte de vivir como un ser humano
    Hemos dicho que el relativismo supone abdicar de la posibilidad de llegar a conocer la verdad y el bien como meta del ser humano. En una palabra, desconfiar de la capacidad del hombre para conocer y amar, para ser feliz.
    Los medios concretos para alcanzar la verdad y el bien no están dados definitivamente a cada sujeto, porque es la libertad de cada uno quien tiene que elegirlos. Está dado el fin general de la naturaleza humana (felicidad, perfección), pero no los medios que conducen a esos fines. Es decir, hay muchísimo que inventar, que decidir, a lo que aventurarse. La orientación general está dada por nuestra naturaleza humana, pero ésta necesita que la persona elija los fines secundarios y los medios. Y, dado que no es instintivo en el ser humano alcanzar los fines naturales del hombre, la naturaleza humana tiene unas referencias orientativas para la libertad; es decir, tiene unas normas, unas leyes que le permiten encauzar (libremente) el cumplimiento de ese anhelo constitutivo, y que configuran lo que podríamos llamar una guía de la naturaleza humana. Si se vive lo indicado en ellas, estaremos un poco más cerca del objetivo; si no se vive, nos alejaremos de él.
    La primera de las normas de esta ‘guía de la naturaleza humana’ tradicionalmente se ha formulado así:Haz el bien y evita el mal. No un mal y un bien externos y extraños a nosotros, sino nuestro mejor bien, evitando lo que nos daña: hacer el bien y evitar el mal es una invitación positiva a que cada uno haga de sí mismo el mejor de los proyectos posibles. Eso son las normas moralesque tienen como fin establecer unos cauces para la que la libertad elija de tal modo que contribuya a los fines y tendencias naturales.La ética estudia cómo y de qué modo son obligatorias las normas morales, y cuáles son en concreto esas normas morales.
    Esas normas no se cumplen necesariamente, sino sólo si uno quiere. Pero están ahí porque la realidad humana está ahí, y ‘tiene sus leyes’, sus caminos. Y es que el desarrollo de la persona y el logro de sus fines naturales tiene un carácter moral, ético. La ética es algo intrínseco a la persona, a su educación, y a su desarrollo natural. Es el criterio de uso de la libertad.
    Por tanto, no cabe entender la ética como un ‘reglamento’ que venga a molestar a los que viven según les apetece. Sin ética no hay desarrollo de la persona, ni armonía entre el alma y el cuerpo. A poco que se considere quién es el hombre, enseguida surge la evidencia de que, por ser persona, es necesariamenteético: "la ética es aquel modo de usar el propio tiempo según el cual el hombre crece como un ser completo". La naturaleza humana se realiza y perfecciona mediante decisiones libres, que nos hacen mejores porque desarrollan nuestras capacidades. El hombre o es ético, o no es hombre.
    Marina dice de la ética que es un saber muy difícil, que exige una enorme cantidad de información sobre el ser humano, su historia, sus necesidades, tendencias y aspiraciones. Ha de conocer qué es el hombre y lo que puede ser. Tiene que justificar racionalmente sus aspiraciones igual que la ciencia. No puede confundirse, sin embargo, con ella. La ciencia sólo habla de lo que hay. La ética de lo que debe haber. Es la punta de lanza de la inteligencia humana, que nos abre camino en la maraña de la selva, y nos permite inventar un mundo habitable.
    7. Qué es el relativismo ético
    La objeción más persuasiva contra la verdad es la que establece el relativismo de los valores o relativismo ético: cada quien tiene que tener por bien lo que considera que es bueno para él, sin tener que someterse a unos criterios objetivos que, a fin de cuentas, serían extraños a las capacidades de su propia libertad. Los valores serían algo privado, incluso puras referencias sentimentales e irracionales.
    ¿Existen unos valores o criterios de actuación comunes para todos los hombres? El relativismo de los valores contesta negativamente a esta pregunta. Es la aplicación del escepticismo al ámbito de la razón práctica.
    La proposición ‘lo que es verdad para unos no es verdad para otros’ se podría aplicar a las decisiones que conforman la conducta, pero no a los principios éticos a partir de los cuales se decide la conducta, porque éstos son los principios del actuar y los valores comunes a todos los hombres. Los derechos humanos brotan de las exigencias propias de la naturaleza y del ser del hombre. Son los valores comunes para todos: no son algo negociable, no pueden dejarse a la decisión de la mayoría, pues no dependen de lo que decidamos acerca de nosotros, sino de lo que en realidad somos.
    Si el relativismo de los valores se mantiene de una forma extrema, se hace necesario negar que exista unanaturaleza humana poseedora de unos bienes humanos comunes a todo hombre; pero de hecho, las certezas básicas e iniciales del comportamiento práctico son espontáneas y no demostrables y dan por supuestos esos bienes a la hora de regir la conducta, pues están ya presentes en todo actuar. El hombre no inventa esos bienes originales, sino que los descubre en sí mismo, en lo más profundo de su ser, cuando piensa y obra honradamente. Colón no inventó América, la descubrió. Algo semejante le ocurre al hombre con esas verdades profundas de su ser (la verdad, el bien, la hermosura, la felicidad en una palabra). El relativismo impide la defensa de lo que somos, el respeto a lo que somos, porque todo lo trivializa.
    Cuando piensa y obra honradamente, decimos. Porque cuando piensa y obra interesadamente, con un interés torcido, puede llegar a torcer la verdad de las cosas y de sí mismo en orden a sus intereses: "Un mal amor (el interés personal) me hizo ver recto (distorsiona) el camino torcido (la realidad)", palabras de Dante que sintetizan un largo discurso ético. El interés no recto -que no se adecúa a la verdad del ser humano- es un auténtico sida para la conciencia. El peso de los intereses -éxito, fama, placer, poder...- es a veces una atracción a veces con más peso que la realidad. Si se vive de espaldas a la realidad, se acaba en la autojustificación. Podríamos decirlo de otro modo: cuando no se vive como se piensa, se acaba pensando como se vive, creando toda una teoría para justificar el propio comportamiento.
    fuente: 
    http://www.uninet.edu