lunes, 5 de diciembre de 2011

Imperio romano oriental, la transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el emperador Constantino I el Grande trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla).

Durante su milenio de existencia (hasta el siglo XV), el Imperio fue un bastión del cristianismo, e impidió el avance del Islam hacia Europa Occidental. Fue uno de los principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y las costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas. 
La iglesia de Santa Sofia es uno de sus mayores símbolos y se conserva hasta nuestros días.






 
En el año 476, se produjo la caída del Imperio Romano de Occidente, dividiéndose el territorio en centros independientes de poder. Por esta razón el Imperio de Oriente se convirtió en el único sucesor legítimo del Imperio Romano y principal potencia del Mediterráneo en todos los planos. El emperador Justiniano accedió al trono en el año 527, momento en que comienza la época de esplendor político y cultural del Imperio Bizantino. El nuevo emperador, motivado por la idea de renovar el antiguo Imperio Romano, concibió su imperio como un Imperio Cristiano. Santa Sofía, también llamada Hagia Sophia que significa “Divina Sabiduría”, fue parte de la reforma cristiana desarrollada por Justiniano.
Antes de la monumental construcción justinianea, existía ya en Constantinopla una Hagia Sophia terminada en la época de Teodosio II en 415. Justiniano, un siglo más tarde, con la motivación de realzar aún más su poder, decidió realizar una construcción mucho más grandiosa y exuberante. Parece que antes de que la revuelta Niká se desatara en 532, Justiniano ya tenía en la cabeza y en planos la construcción de una nueva basílica, ya que en poco más de un mes después de la revuelta, ya se había comenzado a construir su gran iglesia. En la arquitectura paleocristiana anterior, los maestros de obra habían dominado la arquitectura, pero para la edificación de Santa Sofía, se requería mucho más que simples maestros de obra: se necesitaba científicos. Por esta razón, Justiniano buscó matemáticos conocedores del arte abstracto (no práctico) de la construcción, con el fin de elaborar un edificio nunca antes imaginado.
Y eso eran Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto: matemática pura. “Nos gustaría pensar que no eran arquitectos en principio, pero que se convirtieron en tales cuando se les requirió que elaboraran los planos y cálculos de un edificio”. Estos dos hombres estaban alejados de la práctica de la construcción, desconociendo la tradición de la construcción romana predominante en aquel tiempo. Y fue debido a este desconocimiento, que tenían la libertad inventiva indispensable para crear un templo cristiano como nunca antes se había construido. Antemio de Tralles no dudaba de su habilidad para edificar a Santa Sofía porque creía que la arquitectura no es sino “la aplicación de la geometría a la materia sólida”. Irónicamente, su aplicación de la geometría abstracta en la arquitectura llegó al punto de construir con materia sólida, un templo que parecía desolidificado, hecho en el aire. Como lo diría el historiador Procopius, “For it seems somehow to float in the air on no firm basis, but to be poised aloft to the peril of those inside it. Yet actually it is braced with exceptional firmness and security”.
Eso era lo que buscaba Justiniano: una construcción verdaderamente digna de Dios. Él ordenó su construcción “con el propósito expreso de empequeñecer todo otro edificio religioso”. Y efectivamente fue el templo cristiano más grande construido hasta el momento, e incluso durante casi un milenio, hasta 1520 cuando se completó la catedral de Sevilla. La presencia de Dios estaba en Santa Sofía, en las palabras de Procopius, “whenever anyone enters this church to pray, he understands at once that it is not by any human power or skill, but by the influence of God, that this work has been so finely turned”. Dios había puesto su mano en la construcción de Santa Sofía, de ahí su grandeza.